Una universidad que nace del nosotros

5 de Julio del 2025, en el Día Internacional del Cooperativismo.

05/07/2025 Por Nahum Mirad (*)
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En un tiempo en que las certezas escasean, la decisión de crear una universidad anclada en los valores cooperativos y mutualistas es mucho más que una respuesta a una necesidad educativa: es una afirmación política, solidaria y profundamente comunitaria. La Universidad Cooperativa y Mutual Argentina (UCMA) no busca competir en el mapa académico, sino transformarlo desde sus márgenes.

Designado por la ONU como el Año Internacional de las Cooperativas, el 2025 encuentra a nuestro país con una noticia que trasciende lo institucional. El lema —“Las cooperativas construyen un mundo mejor”— cobra sentido en experiencias como esta, que nacen del consenso asociativo y de la urgencia por imaginar nuevas formas de habitar el conocimiento.

La UCMA no es una idea solitaria ni una apuesta romántica. Es la expresión orgánica y cooperativista de una región —el Arco Noroeste cordobés— que, como tantas otras en el país, ha sido históricamente relegada en el mapa universitario. Hoy, desde esa periferia, se organiza y propone organizarse a otras regiones para quebrar el cerco de la exclusión educativa. Y lo hace en un tiempo en que el conocimiento, más que nunca, reconfigura la vida social, económica y cultural de nuestras comunidades.

Las organizaciones de la economía social no se limitan a intervenir en sus propios márgenes: proyectan su impacto hacia el conjunto social. Permiten a pequeñas y medianas empresas alcanzar escalas productivas, facilitan el acceso a mercados y hacen posible que comunidades enteras desarrollen servicios públicos y sociales que mejoran su calidad de vida. Incluso en contextos de repliegue estatal o de crisis estructural del capitalismo competitivo —cuyas consecuencias ecológicas y sociales ya resultan inocultables— el asociativismo solidario sigue generando empleo, producción y desarrollo sostenible.

Ampliando horizontes

En este contexto, la propuesta de la UCMA va más allá de fundar una universidad: propone ensanchar el horizonte de lo posible. Es la apuesta de una comunidad que, ante la larga espera de definiciones externas, decidió dejar de pedir permiso y avanzar con herramientas propias: saberes locales, redes solidarias, prácticas de autogestión y pedagogías del arraigo.

El nacimiento de esta universidad no constituye un acto meramente administrativo: es un alumbramiento paciente, gestado en el murmullo persistente de lo necesario, en la convicción de que educar no es una concesión, sino un derecho colectivo.

En pleno siglo XXI, las universidades enfrentan desafíos tan dinámicos como los tiempos que corren. La revolución tecnológica, la irrupción de la inteligencia artificial y los cambios en las expectativas de las nuevas generaciones obligan a repensar profundamente el rol de la educación superior. La noción de una “universidad líquida” —menos rígida, más interconectada y sensible a los contextos— exige una transformación estructural y pedagógica: desde los planes de estudio hasta los vínculos con la comunidad; desde el aula tradicional hasta los ecosistemas de aprendizaje abiertos y colaborativos.

En Argentina, con 2,7 millones de estudiantes universitarios en niveles de pregrado, grado y posgrado, estos desafíos se agravan por factores estructurales: altas tasas de deserción, baja terminalidad, burocracia excesiva y falta de inversión sostenida. Sin embargo, también se abren oportunidades. Si logra articular saberes técnicos con habilidades humanas, sumar pertinencia territorial y fortalecer los lazos con el desarrollo productivo y social, la universidad puede no sólo mantenerse vigente, sino liderar los procesos de innovación que el país —y el mundo— demandan.

Lejos de replicar modelos importados o fórmulas estandarizadas, la UCMA se proyecta como un espacio de creación situada. No pretende llenar vacíos con información enciclopédica, sino encender presencias, convocar inteligencias diversas, vincular el conocimiento con el trabajo digno, el cuidado del ambiente, la producción local, la cultura y el territorio. Propone una pedagogía del hacer: donde se aprende haciendo, preguntando, colaborando, resignificando. Más taller que templo. Más laboratorio colectivo que cátedra unidireccional. Las mejores herramientas y experiencias de la economía solidaria al servicio de otro modelo universitario.

Transformarse para transformar

Es en este horizonte que se inscribe la UCMA. Desde lo formal, el proyecto cuenta con todo lo necesario: marcos jurídicos, diseños curriculares, estructuras de financiamiento, tecnologías adecuadas, modelos de gestión mixtos. Pero lo esencial —como en toda transformación verdadera— está en otro plano: en su intención fundacional de democratizar el saber, de restituir a la educación su dimensión pública, transformadora y situada, con anclaje regional y mirada de futuro.

Aquí no hay ingenuidad. Hay estrategia. Hay planificación. Hay rigor. Pero, por sobre todo, hay una convicción irrenunciable: ninguna universidad transforma si no se deja transformar por quienes la habitan. Sin participación social efectiva, sin vínculos reales con el entramado productivo, cultural y territorial, sin pedagogías activas y emancipadoras, la educación superior se convierte en un ritual estéril.

Por eso esta universidad es nueva en un sentido profundo. No sólo porque está naciendo, sino porque propone otra forma de ser universidad. Una forma que respeta trayectorias de vida, que escucha singularidades, que construye comunidad. Una universidad que no mide su impacto por rankings ni por metros cuadrados, sino por su capacidad de sembrar pensamiento crítico, inteligencia solidaria, arraigo justo y libertad compartida.

Celebrar su nacimiento no es un acto ceremonial. Es un gesto de compromiso. No se trata de una nueva oferta académica: se trata de una nueva ética educativa. Una que afirma que es posible estudiar sin migrar, pensar sin obedecer, producir sin degradar, vivir sin huir. Una universidad que se parece más al país que anhelamos y menos al que nos impusieron.

Allí donde antes hubo carencias, hoy germina una esperanza. Y no es alquimia, ni promesa hueca. Es el fruto de una construcción paciente, colectiva y apasionada. Como los ríos subterráneos que, al encontrarse, delinean un cauce, así se fue formando esta universidad: desde abajo, desde los costados, desde el nosotros. Los avances del proyecto impulsado por cooperativas y mutuales argentinas pueden seguirse en la web de la Fundación Pedagógica Cooperativista y Mutualista Suramericana: https://www.fpcms.ar. Pero el verdadero avance no está en los papeles, sino en cada comunidad que se atreve a pensar —y a construir— otro modo de educar. Y de vivir.

* Sec. Académico FPCMS

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