El desentierro de Evita: memoria viva en el corazón de Cojudo Muerto

En un paraje bonaerense donde la historia se escribe entre el amor y la resistencia, un busto escondido durante décadas cuenta una gesta silenciosa de fe, coraje y lealtad peronista.

País13/07/2025José María MartínJosé María Martín
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Coronel Martínez de Hoz —ese pueblo pequeño de la provincia de Buenos Aires que en la lengua del pueblo se sigue llamando Cojudo Muerto— guarda uno de esos relatos donde la historia nacional se filtra en la vida cotidiana y se convierte en leyenda.

Corría el año 1955, y antes de que el golpe militar derrocara a Juan Domingo Perón, el rumor se hizo certeza entre los peronistas del lugar: el busto de Evita, instalado desde 1952 en el centro del pueblo, sería uno de los primeros blancos del odio antiperonista. No esperaron. Una noche, con sigilo y corazón ardiente, lo retiraron. Lo escondieron en un tanque de agua que enterraron en el campo de los Cartechini, familia de fotógrafos y militantes, junto a libros, trofeos, símbolos, memoria viva del movimiento. Midieron pasos, sellaron el secreto, y lo legaron de generación en generación como quien transmite una oración sagrada.

Durante la proscripción, el pedestal quedó solo. Pero bajo tierra, Evita dormía intacta, cuidada por el amor de los suyos. Pasaron los años, pasaron los miedos. En 1983, con el retorno democrático, todavía no se animaron. Fue recién en 1987 cuando ocurrió el “desentierro”, palabra que en Cojudo Muerto ya no remite a la muerte, sino a la más profunda y alegre resurrección.

Ese día, bajo la mirada emocionada de más de cien vecinos y vecinas —algunos testigos de la noche del ocultamiento, otros jóvenes como Bettina, que tenía 15 años—, se abrió la tierra. Apareció la cisterna, y dentro de ella, blanca y perfecta, como si el tiempo no hubiese osado tocarla, la figura de Eva Duarte de Perón. Y los hombres duros del campo lloraron como niños, abrazados por la emoción de una promesa cumplida.

Hoy, la escultura se alza otra vez en la plaza Eva Perón, kilómetro 322, como faro de una historia que no se resigna al olvido. Quien llegue por primera vez al pueblo verá primero a ella, a Evita, símbolo de la ternura combativa, en el corazón de una localidad que lleva el nombre de un emblema oligárquico. Una paradoja perfecta. Pero no es sólo un busto lo que se ve: es una historia de amor, odio, lealtad, memoria y épica popular. De esas que parecen repetirse hoy como farsa, pero que aún enseñan que el fuego de un pueblo no se apaga: se entierra, se cuida… y un día vuelve a brillar.

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