Empleo genuino en base a recetas de exitosos fracasos

Escribe Emilio Pauselli para poner blanco sobre negro en el "proyecto" de empleo genuino

Voces27/10/2021Hernan GordilloHernan Gordillo
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Las políticas sociales en América Latina se encuentran de manera permanente con el mismo desafío: generar puestos de trabajo para los millones de personas que viven en situación de pobreza e indigencia. “Cambiar planes por trabajo” o “Crear trabajo genuino” son sus principales consignas por estos días.

No importa el signo político de los gobiernos: con la asignación de mayores o menores recursos todos recorren el mismo camino. La referencia parecen ser las sociedades de pleno empleo que acompañaron al llamado Estado de Bienestar después de la Segunda Guerra Mundial y que comenzaron a agotarse hacia la década del 60 del siglo XX. Esa imagen, la de una sociedad que superaba la pobreza en base al trabajo, es justamente eso: una imagen del pasado.

Sin embargo, se elude sistemáticamente el estudio de las razones por las que dichas políticas han fracasado sin atenuantes en las últimas tres décadas, período en el cual la pobreza y la indigencia siguió creciendo en nuestra región. Impávidos, como ante un enfermo que muere a pesar de las medicinas prescriptas, los distintos ocupantes de nuestros ministerios de “Desarrollo Social” siguen recomendando las mismas recetas.

La falta de eficacia de las políticas destinadas a “que los pobres trabajen” para salir de su condición de pobreza se debe a distintas causas. Una de ellas es que las sociedades de pleno empleo tuvieron su aparición histórica en un momento de determinado equilibrio entre el capital y el trabajo. Ese equilibrio ha sido roto en beneficio del capital a partir de las prácticas políticas y económicas impulsadas por los enfoques neoliberales puestos de moda en las últimas décadas y eso es lo que hace imposible restaurar aquel Estado de Bienestar.

Otra de las razones es que se ha modificado la relación entre trabajo y pobreza. En la actualidad, una parte considerable de la población empleada vive en condiciones de pobreza. Esta situación no es más que el reflejo de la sociedad más desigual de la que tengamos noticias en la historia humana conocida, donde unos pocos acumulan la mitad de la riqueza planetaria en detrimento de miles de millones de seres humanos.

Finalmente, la “desaparición” del trabajo conocido se ha acelerado con la aplicación de tecnología tanto a la producción como a la prestación de servicios, incluido el comercio.

Pero nada de esto hace mella en las políticas mencionadas. El recientemente designado ministro de Desarrollo Social de la Argentina declara, sin siquiera titubear, que el problema del trabajo se solucionará a partir de la entrega de herramientas a las personas que se encuentren sin empleo. Ese homo faber sustancial, una vez que tenga en sus manos la soldadora, la máquina de cortar pasto o el horno para cocinar las empanadas, comenzará a trabajar compensando así, con su propio esfuerzo, las inequidades de la sociedad donde ha nacido.

¿Para qué mercado trabajará? ¿Quiénes serán los adquirentes de sus productos o servicios? ¿Cuál es el poder adquisitivo de éstos? ¿En qué contexto de competencia debe insertarse? son todos misterios que no han de tener mucha importancia, ya que ni siquiera se hace referencia a ellos.

Lo penoso de estas situaciones es que ni siquiera ameritan un debate teórico: alcanzaría con leer las evaluaciones realizadas de los múltiples programas de ese tipo que se han implementado en la región con resultados nulos.

En la propia Argentina, hace menos de veinte años, el programa Manos a la Obra gastó millones de dólares repartiendo herramientas sin producir ningún impacto en la situación de pobreza estructural. La diferencia, en todo caso, consiste en que en esa oportunidad se vivía un momento macroeconómico favorable que disimuló, en parte, el fracaso estruendoso de ese programa, pero esa condición finalizó con la crisis financiera mundial del 2008. Es probable que el mismo intento en la actualidad sea sólo una caricatura de aquél.

Quizás esta repetición de estrategias fracasadas se deba a que, ante la ausencia de ideas y voluntad para cambiar la deriva de nuestra cultura que naturaliza la desigualdad y la atribuye a supuestos méritos, el interés último es que el enfermo muera tranquilo, sin protestar.

Quizás es hora de cambiar el nombre a las dependencias encargadas de administrar estas políticas y denominarlas, con mucha más corrección, Ministerio de Cuidados Paliativos.

Octubre 2021. [email protected]

Extraido de https://emiliopauselli.com.ar/2021/10/18/el-homo-faber-de-las-politicas-sociales/ 

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