
En una nueva actualización de su diccionario, la RAE incorporó este tradicional y emblemático insulto.
En su columna “Nadie lee nada”, publicada en el diario Perfil, Leticia Martín desnuda una verdad incómoda: la precarización estructural de quienes escriben, incluso desde los espacios más prestigiosos. Lo hace sin estridencias, pero con una claridad brutal. Escribir, nos dice, no siempre es sinónimo de reconocimiento ni mucho menos de retribución justa. Escribir, a veces, es simplemente una forma de resistir.
Actualidad19/05/2025
José María Martín
Martín lleva más de un año publicando semanalmente en un medio nacional sin recibir pago por su trabajo. Ni aumento, ni explicación, ni respuesta. Solo silencio. La suya es una confesión que interpela directamente al corazón de un sistema editorial que se beneficia del prestigio de la palabra escrita, pero que muchas veces se niega a reconocer a quienes la sostienen.
Lo más impactante del texto no es la denuncia, sino la sensibilidad con la que Leticia convierte su malestar en literatura. Reflexiona sobre el verbo “viralizar” –tan celebrado en tiempos de redes– y lo contrapone a un verbo más íntimo y antiguo: escribir. Mientras el primero busca el impacto instantáneo, el segundo implica compromiso, proceso, y una promesa con el lector que muchas veces se mantiene a oscuras.
Su reclamo no es una queja individual. Es el eco de cientos, miles de trabajadores y trabajadoras que enfrentan condiciones similares: sin contrato, sin pagos, sin respuestas. Martín lo expresa con un tono contenido, sin victimismo, pero con una fuerza moral implacable: “Cincuenta mil pesos de honorarios por mes con seis meses de demora”, escribe, como un baldazo de realidad sobre el rostro de la industria cultural.
Y sin embargo, sigue escribiendo. No porque no sepa lo que vale, sino porque sabe que escribir también es una forma de habitar el mundo, de pelear contra el olvido, de generar pensamiento. “Lo hago porque otros lo hicieron antes”, dice. Y ahí está la clave: Leticia Martín no escribe por vanidad ni por fama, sino por pertenencia. Porque hay una genealogía de escritores y escritoras que han abierto caminos, y ella se reconoce parte de esa estirpe.
Leticia Martín escribió una columna que no se viralizará quizás. Pero que merecería ser leída en todas las redacciones del país. No solo por respeto a ella, sino por respeto a eso que todavía llamamos periodismo.

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